Como podemos observar en la viñeta, la maestra pone etiquetas a cada uno de los alumnos y alumnas. Normalmente, estas etiquetas suelen tener un carácter negativo. Y, ¿de qué manera justifica esta profesora que Juan es normal? ¿Simplemente, por el hecho de parecerse a ella ya tiene que ser normal? A los/as demás discentes los/as está etiquetando de manera ficticia, pues solo se fija en uno de sus defectos y no tiene en cuenta nada más. Puede que Ana sea desordenada, pero eso no quiere decir que por ejemplo no sea buena estudiante, alegre y amiga de sus amigos y amigas. El etiquetar nos va a determinar tomar las decisiones de un modo u otro así como nuestra actitud hacia ellos; es aquí donde emergen los estereotipos y prejuicios. Del mismo modo, estamos limitando al propio alumno ya que si estamos constantemente diciéndole que es tonto va a llegar al punto de creérselo y limitar sus propias expectativas.
Todo esto también influye de manera muy notoria en la motivación de los/as discentes. ¿Es lógico que sigamos etiquetando a nuestros alumnos? ¿Qué beneficios obtenemos de ello?
En este modelo se pretende la
homogenización, la cual pretende igualar a todos los alumnos de manera que
todos lleguen a una meta común, llevando un mismo ritmo. Este concepto alude a
la idea de que todos somos personas iguales y que, por ello, somos capaces de
llegar a un mismo objetivo, aplicando la misma metodología sin atender a las
necesidades específicas de cada alumno.
Pero si partimos de la base de que todos
somos diferentes, ¿qué sentido tiene? Si aplicamos la homogenización en el
aula, no se garantiza la superación de los objetivos, ya que todos los alumnos
no son iguales, ni a nivel intelectual ni tampoco emocionalmente. Cada uno
tienes sus propias características que exigen una influencia externa diferente,
por lo que sería contradictorio actuar de la misma forma para todos.